Este texto es una traducción de nuestra buena amiga Monse de éste original en inglés.
Querida Mamá, preocupada y estresada:
Estás ahí. Te veo que sonríes, rebosante de energía y siempre ajetreada haciendo las cosas normales de la vida. Vas al trabajo, trabajas desde casa, vas a la compra… caminas calle arriba y calle abajo, por los parques, siempre con el cochecito de tu niño. Llena de felicidad y risa, pero con un ligero deje de duda. Veo las sombras que acechan en los rincones, listas para abatirse sobre el brillo de tu mirada. Ese gris inminente que crece y se hincha, y que en cualquier momento envolverá tu alegría… si lo dejas.
Te veo llevar tu vida diaria, con tus responsabilidades y remordimientos. Te preocupas por si no pasas con él bastantes momentos agradables. Las llamadas a médicos y terapeutas podrías hacerlas luego… pero la verdad es que no. Sientes como si te estiraran a lo ancho y a lo largo, moldeada y modelada por las distintas opciones y por el miedo. Como si fueras plastilina cálida y moldeable en manos de un niño, acabas aplanada, floja y hundida. Los comentarios buenos, malos, insensibles y bien intencionados… todos se te enganchan a la piel, se pierden en el mar pegajoso de tu alma, pasan a formar parte de ti. No permitas que te transformen en ellos.
Te veo a última hora del día, agotada, de pie delante de la mesa de la cocina, organizando las medicinas de la semana. Esperas a que esté dormido porque su enfermedad ya os ha robado demasiado tiempo juntos y no piensas regalarle ni un minuto más. Ese cajón que la mayoría tiene lleno de chismes, tú lo tienes hasta los topes de medicinas y prospectos sobre interacciones de medicamentos. Sé lo que te ronda por la cabeza cada vez que tiras del émbolo, que llenas hasta arriba el frasquito y das golpecitos a la jeringuilla: que no es justo.
No es justo tener que hacer esto. No es justo estar en esta situación. ¡La vida es tan injusta a veces! Tan llena de un dolor imposible de explicar, si no es a alguien que también haya estado en la misma situación. Te duele por tu hijo; aunque él no tiene con qué comparar, tu sí. Y te llora el alma, y te lloran los ojos por lo que tiene que soportar. Lloras porque te sientes impotente e inútil, y porque tienes que verlo aguantar.
Veo el dolor que se esconde tras la sonrisa. Acecha tras las palabras positivas que sueles pronunciar. No me engañas. Te conozco. Sé que tu corazón tiene miedo, está desbordado, es feliz y a la vez está roto. Sé que tu corazón no tiene fondo para ese ser querido al que adoras. Sé que escuece. Sé que duele.
Mamá, te siento. Siento el dolor de tu alma, tus náuseas, tus dolores de cabeza, las noches en vela, tu avanzar titubeante mientras tiras de tu cuerpo hacia delante, porque NO HAY OTRA OPCIÓN. Siento la desesperación de tus anhelos: el día por el que rezas llegará, y ese día, las preocupaciones por la salud y la enfermedad se difuminarán, desaparecerán. Por favor, que todo esto desaparezca.
Oigo cómo se te para el corazón cuando el médico entra en la habitación con los resultados. Cuando la fiebre nunca es solo fiebre, la tos siempre es algo más, y las consultas semanales, las visitas a especialistas y a urgencias son lo normal. Sé la enorme perplejidad que llena todo tu ser. Cuando el mundo deja de girar normalmente y comienza una espiral veloz, veloz, veloz… y fuera de control. Sé que desearías lograr que se detuviera.
Huelo la dulce victoria cuando superas ese miedo, cuando luchas contra el enemigo con todo lo que tienes dentro, y después te acurrucas en los momentos tranquilos en que el aroma embriagador de la cabeza de tu niño, una caricia con el dedo a su mejilla suave y regordeta o un pie diminuto en la palma de tu mano es el elixir de todo lo bueno, y es suficiente para lograr que vuelvas a tu ser. Que vuelvas a vivir sin inquietud, sin preocupaciones, sin estrés. Aunque solo sea por un ratito.
Te veo ahí. Empapándote en cada uno de esos momentos preciosos. Porque, bien que lo sabemos, Mamá, nada te garantiza que se repitan.
Te veo jugar con él, correr tras él, hacerle cosquillas, reírte, quererlo. Amor de todo corazón. Amor intenso. Amor que desafía cualquier cosa que pueda traer este mundo caótico. Un amor que lucha, que tiene esperanza; un amor que escuece más que cualquier otra cosa en el mundo, cuando descubres tu impotencia ante enfermedades y dolencias que no puedes controlar.
Veo cómo te esfuerzas por que todo siga en marcha, Mamá. Tragándote las lágrimas, el nudo que se te hace en la garganta y que nunca dejas que estalle, no puedes permitirte que estalle, tienes miedo de que estalle… Te veo cambiar de emisora porque, simplemente, no eres capaz de escuchar «esa» canción. Hoy no, ahora no. Tal vez, nunca. Te veo felicitar a esa mamá de un recién nacido y también te veo llorar en secreto cuando te supera el dolor de lo que has perdido, las oportunidades que has dejado pasar y el enfado por una enfermedad tan cruel. Sé que te sentirás culpable por todo: por ser demasiado, o demasiado poco; por no ser suficiente, o por querer más; por tener más de lo que crees que te mereces… Por desear que tu niño nunca tuviera que soportar la vida con este miedo. Que tú no tuvieras que vivir con este miedo.
Sé que, a veces, cuando lloras, el llanto te brota de los ojos, pero a veces, muchas veces, se te queda en el alma.
Te veo fuerte, Mamá, te veo ahora. Te he visto antes y sé que te veré de nuevo. Escúchame. Lee estas palabras. Créeme. Eres más fuerte de lo que piensas. Tienes más empuje y más valor que una manada de toros bravos, porque se trata de tu niño, tu corazón, tu alma. Cuando te sientas débil y frágil, sin fuerzas ni para llegar a la cama… confía. Con todo lo que llevas dentro, confía, y mantén la fe. El valor llega en momentos como este. La fuerza llega en momentos así, donde reside el amor puro, en esa acción valiente, tan difícil y deliberada, del corazón.
Te conozco, Mamá, te escucho y te veo, y nunca nos hacen falta palabras para transmitirnos lo que, desde el fondo de nuestros corazones, sabemos la una de la otra. Comparto tus inquietudes. Comparto tus miedos. Aquí tienes mi fuerza: tómala. Cuando te sientas sin ánimos y agotada por la lucha, sigue adelante. Cuando sientas un nudo en el pecho que no te deja respirar, observa la belleza que tienes delante, vacía tu corazón en la alegría que tienes ante los ojos. Abraza fuerte a ese bebé, sostenlo… y él te sostendrá a ti.
Cálmate y sosiégate, Mamá. Cálmate y sosiégate.